Dos tendencias recientes han puesto de relieve una de las crecientes contradicciones geopolíticas en un mundo aparentemente globalizado: el acceso al agua potable. En el Cuerno de África, la desertización y la sequía amenazan con una crisis humanitaria, mientras que en el mundo desarrollado el consumo de agua embotellada se dispara. La crisis humanitaria que se ha abatido sobre Somalia, Etiopía y Sudán del Sur es ahora evidente. Mientras que la atención se centraba a principios de año en las revoluciones (queda por ver si serán democráticas) en los países del norte, los cultivos decaían y los pozos se secaban en el Cuerno de África.
Sequía y guerra -las dos están estrechamente relacionadas en la competencia sangrienta por los escasos recursos- han llevado a decenas de miles de personas a abandonar sus tierras en busca de comida, agua y seguridad. Las imágenes desgarradoras de los refugiados se ven cada noche en nuestras pantallas de televisión. Otras imágenes, no menos temibles, vienen de los satélites que muestran claramente la expansión del desierto del Sahara hacia el este y sur de África del Norte. Los pueblos del norte de África están en un extremo de la distribución mundial del agua: según la OCDE, alrededor de mil millones de personas no tienen acceso al agua potable de una forma mínimamente segura y dos mil millones carecen de un saneamiento decente. En el otro extremo de la escala están las poblaciones de los países desarrollados que no solo tienen suministro de agua potable, sino que ahora beben grandes cantidades de agua embotellada.
El crecimiento de la industria del agua embotellada ha sido uno de los grandes éxitos económicos de los últimos treinta años y ha producido enormes ganancias para algunas de las mayores empresas del mundo de alimentos y bebidas. Es evidente que el producto en sí no ha cambiado en absoluto, ya que la composición química del agua sigue siendo lo que siempre ha sido. Lo que ha cambiado es nuestra percepción del producto. Para muchos consumidores el agua ya no es un elemento que necesitamos para vivir, sino un bien de lujo que dice algo de nuestra forma de vida.
Hay muchas características notables para el éxito de la industria del agua embotellada. El crecimiento del mercado ha sido vertiginoso. Por supuesto que no en los países en vías del desarrollo, donde el agua potable puede ser difícil de encontrar, sino en los países desarrollados que tienen abundante agua dulce. Hace apenas 30 años el agua embotellada era un producto algo exótico solo por los ricos. Pero no ahora. En EE UU por ejemplo, se estima que una persona bebe de media 200 veces más agua embotellada – unos 120 litros al año- que lo hicieron en los años 70.
El desarrollo de las marcas ha sido crucial para el éxito. Dado que el agua es esencialmente la misma, la diferenciación es fundamental para la participación en el mercado. Una visita a cualquier gran supermercado revela que la variedad a la venta es a menudo superior a las variedades de café. Perrier (de Nestlé) se ha expandido no sólo a los mercados de países vecinos, como España, sino que exporta a todas las zonas de EE UU y de América Latina. En menos de una década, las ventas mundiales de Evian crecieron de 50.000 millones de botellas a 100.000 millones. Y las fuentes del agua en venta son cada vez más exóticas. En el Reino Unido es posible comprar una botella de agua que ha recorrido, literalmente, la mitad del mundo desde Nueva Zelanda o la isla del Pacífico Sur de Fiji (donde, irónicamente, un tercio de la población no tiene acceso al agua potable). La lógica del crecimiento de la industria global del agua es menos fácil de comprender. Que los consumidores quieran pagar precios altos -un litro de agua con frecuencia cuesta más que un litro de gasolina- para un producto cuando existe un suministro abundante a una fracción del costo aparentemente desafía el sentido común.
Más importante aún son las preocupaciones ambientales. La energía consumida por la extracción de agua y el transporte en botellas individuales supera con creces el costo de distribución de agua a través del sistema hidráulico normal. Y la eliminación de las botellas de plástico en las que el agua se vende -solo una pequeña parte es reciclada- es un problema importante. Pero es la ética de la industria del agua embotellada la que resulta más difícil de entender. Mientras en algunas partes del planeta los niños se mueren por falta de agua potable, en otras zonas muchos consumidores pagan altos precios por un producto que ya poseen en abundancia. Es una indicación más del foso existente entre los que tienen recursos y los que no. Y es una de las peores paradojas de nuestro mundo globalizado.
Por: DAVID MATHIESON (Diario Ecología.com)
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