Alcanza con recorrer la historia para comprender por qué decimos periódicamente que hay que pensar la economía en otros términos. Los países que hoy son los más poderosos del planeta, son los que alcanzaron sus niveles de desarrollo a través de la explotación y la utilización de recursos, sin incluir en la cuenta los costos ambientales y sociales. Es decir, en las ecuaciones económicas tradicionales, las empresas jamás contabilizaron por ejemplo, cuánto significaba contaminar el río Rin o los grandes lagos estadounidenses en términos monetarios.
La dimensión no es solamente económica, porque los residuos que se originaron en los procesos de industrialización tuvieron como destino el medioambiente. Su concentración afectó los sistemas ecológicos, la biodiversidad y las poblaciones humanas, aunque residieran lejos de los centros productivos. Esta metodología todavía no se abandona, a pesar de los incontables signos de deterioro global.
Mientras el proceso anterior se daba sobre todo en los países industrializados del norte, los menos desarrollados mantuvieron una presencia importante de recursos naturales sin explotar, entre ellos, los bosques, las fuentes de agua y otros de carácter no renovable. En la actualidad, son esas reservas de hecho las que ayudan a estabilizar las condiciones planetarias, es decir, atenúan los efectos de la contaminación que sobre todo, provocan los países industrializados. El ejemplo más claro es el que tiene que ver con las emisiones de gases de efecto invernadero.
Además, los países menos favorecidos son los que consumen menos energía y sus índices están muy lejos de los estándares que alcanzaron los industrializados. Pero además, es un dato de la realidad que desde el siglo XVI, se desarrollan prácticas de saqueo desde las sucesivas metrópolis. El pillaje colonial de ayer se transformó en la economía extractiva de hoy, que tiene como sujetos a las grandes compañías trasnacionales. Las pérdidas son dobles, porque por un lado, los menos desarrollados se quedan sin recursos pero además, sus poblaciones se precipitan hacia la pobreza, al verse birladas de las fuentes de sustentación tradicionales. La entrada en juego de otros mecanismos en el último cuarto del siglo XX produjo que además, los países que poseen recursos naturales mantengan altas proporciones de endeudamiento externo, circunstancia que desde entonces desempeña un papel central en la profundización de las desigualdades que existen entre los pobres y los ricos del planeta.
Obviamente, el cuadro no es tan simple y de hecho, se complica cuando se considera que los actores que forman parte de los procesos no son países, sino grandes empresas de carácter trasnacional, también compañías nacionales e inclusive de alcance local, que al intervenir en la dinámica del mercado, tampoco suelen considerar los costos ambientales y sociales. En efecto, no sólo las grandes compañías contaminan, sólo muy pocas prácticas económicas de la actualidad se abstienen de generar pasivos ambientales, que luego pesan sobre las espaldas de los pueblos.
Contablemente, los costos sociales y ambientales no se tienen en cuenta. Todavía hoy, en la mayoría de los casos ni siquiera se consideran o su existencia no se torna evidente, según la manera habitual de entender la economía. En otros casos, se sabe que existen pero las condiciones del mercado no permite incluirlos a la hora de ponerle precio a los productos. En menos aún, se tienen en cuenta pero su valor queda muy por debajo de la realidad. En ocasiones, se consideran que aquellos costos pueden ser afrontados por el propio mercado y en otras, se supone que los estados deben subsidiarlos, es decir, se vuelven a socializar las pérdidas mientras las ganancias quedan en manos privadas.
Cuando el Estado asume todos los costos ambientales y sociales de las actividades económicas, el panorama es muy distinto, según se trate de países desarrollados o subdesarrollados. Entre los poderosos, los subsidios se manifiestan a través de compensaciones ambientales y en algunos casos, con la mejora de las condiciones medioambientales y sociales, porque los ingresos generan los recursos que se pueden aplicar a estas metas. Pero cuando en los países del sur el Estado quiere asumir esos costos, en general el proceso se traduce en más deterioro ambiental y niveles de pobreza cada vez mayores.
Si bien la humanidad alteró los ambientes desde sus orígenes, fue la industrialización la que implantó la metodología de la destrucción. El proceso se apoyó y todavía lo hace, en la utilización de combustibles fósiles, metales, sustancias químicas y plásticas que derivan de los hidrocarburos. Esos usos provocan una inmensa gama de alteraciones ambientales. No faltará entonces quienes puedan apuntar que en realidad, es la especie la que mantiene un gran deuda ecológica. Pero no hay que perder de vista que los grados de responsabilidad no son los mismos. En rigor de verdad, los países más poderosos tienen una enorme deuda ambiental y ecológica con el resto de los habitantes del planeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Todos los comentarios que sean ofensivos, serán eliminados.