19 sept 2011

Sanar un mundo herido

Con este título, “Sanar un mundo herido”, la Comisión Internacional de la Compañía de Jesús (jesuitas) para la Ecología ha presentado un estudio y recomendaciones sobre qué hacer ante la gravedad de los problemas ecológicos. El extenso documento está dirigido a los casi 20.000 jesuitas repartidos por el mundo, pero no es un documento reservado, está abierto para los profesionales, hombres y mujeres que trabajan en instituciones dirigidas por los jesuitas, a los amigos de todas las naciones y a cuantos puedan estar interesados en contribuir a la “reconciliación de la humanidad” con la naturaleza y nuestro planeta.
Es un análisis del estado de los problemas y desafíos ecológicos, que pretende motivar y además sugiere actividades para desarrollar una conciencia más profunda y generalizada de la gravedad y necesidad de actuar a corto, mediano y largo plazo en el ámbito de la ecología y propone un “cambio de corazón”, que impulse al cambio de actitudes y conductas en los que somos responsables de la situación creada.
Es demasiado débil el sentido de responsabilidad colectiva y personal ante las heridas letales que estamos infringiendo a la naturaleza y ante el empobrecido mundo que entregamos a los hijos y nietos, por la perforación de las capas de ozono, la desertización, tala indiscriminada de bosques, expoliación del subsuelo con la extracción insostenible de energías fósiles, escasez de agua, recalentamiento y deshielo de glaciares, etc.
Lo que sucedió en Copenhague, diciembre 2009, durante la Cumbre sobre el Cambio Climático, debe mantenernos alerta: “¿Cómo es posible –preguntan los autores del documento– que ante la gravedad de los datos facilitados por los científicos, los líderes políticos fueran incapaces de alcanzar un acuerdo, a pesar de la terrible amenaza que supondría la ausencia de respuesta? Tras el fracaso de Copenhague, nos encontramos en un punto muerto climático”.
Tres líneas de argumentación podrían haber sido las excusas para justificar el fracaso de Copenhague. Primero el alto costo que lleva consigo lanzar la campaña de reducción de gases de efecto invernadero, que generan desastre ecológico. Se calcula que ese costo estaría entre los 500.000 y 800.000 millones de dólares anuales. Los líderes políticos en la Cumbre no se animaron a discutir ese costo, en el contexto de la crisis económica y financiera de estos últimos años.
La segunda línea de argumentación y pretexto para no comprometerse fue la complejidad científica de estos temas, que todavía no ha permitido una comprensión total de los problemas y deja aún importantes preguntas sin respuestas claras y definitivas.
Y la tercera línea fue sin duda la presión de campañas destructivas contra la ciencia climática, impulsadas por intereses e ideologías poderosas, encaminadas, al menos aparentemente, a paralizar la opinión pública, creando un ambiente de ignorancia y confusión.
Ninguna de estas razones reduce la gravedad del problema real y el impacto pernicioso que provoca en millones de personas del presente y de las generaciones futuras. “La crisis ecológica amenaza el sustento vital de todos los pueblos, especialmente de los más pobres y vulnerables”, porque son los más expuestos a los riesgos naturales y quienes dependen más directamente de la naturaleza para encontrar sus medios de sobrevivencia.
Si no frenamos este proceso de deterioro ecológico, los problemas se irán agravando y podrán llegar a niveles trágicos a medida que la población mundial crece; la previsión de población mundial, que ahora está en algo más de los seis mil millones, llegará a nueve mil millones para el año 2030.
Pensar que este es un problema que no nos corresponde resolver a los ciudadanos de calle es parte del grave problema, porque somos todos los que de una u otra manera, con nuestro consumo, costumbres y modos de relacionarnos con la naturaleza en el trabajo y producción, en el tiempo de ocio, en nuestros desplazamientos, etc… los que estamos contribuyendo a robarle a la tierra sus ecosistemas. Nuestra pasividad ante el problema encubrirá la pasividad de los que tienen poder de decisión. Desde la educación familiar y escolar, hasta la educación refleja de los medios de comunicación social y por nuestra obligación de luchar por el bien común, nadie queda fuera de este urgente compromiso.







Fuente: Diario Ecología.com

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