15 dic 2011

La última gota


Aquella mañana, parecía ser como cualquier otra, la ciudad despertaba lentamente, las luces de neón desaparecían y las marquesinas se iban apagando como velas que se consumen, los trasnochadores huían de los primeros rayos del sol, y el sonido de la gran ciudad, iba creciendo a cada momento como un palpitante corazón, que activa su ritmo, ante el esfuerzo, físico, sin embargo, no sería como cualquier otra.
Cerca de las once de la mañana, las amas de casa que lavaban trastos y ropa, notaron que el chorro de agua que fluía incesante por el grifo decrecía y se apagaba. Algunas maldijeron, otras se lamentaron gimoteando. No faltó la que golpeara los tubos y las llaves, y las demás se, encogieron de hombros. Ya volverá.
La comida estuvo tarde, los trastos no pudieron lavarse, en la calle no se vendió comida, y los puestos de aguas frescas, agotaron sus existencias, los sanitarios se empezaron a convertir en un problema, pero a pesar de todo aquello existía la esperanza, VOLVERA, pensaban. 

El tercer día, todos asistieron al trabajo, sin bañarse. los transportes y las oficinas, olían mal, y muchos restaurantes tuvieron que cerrar, y los enfriadores, así como los equipos de aire acondicionado, no trabajaron, en los supermercados, las latas de jugo, de conservas, y los refrescos, se agotaron en las primeras horas de la mañana, por supuesto escaseó la leche, hasta desaparecer, en las calles empezaron, a quedarse detenidos, algunos automóviles por falta de liquido, el tránsito para las primeras horas de la tarde, se detuvo por completo, el agua no volvía, la gente pensó en todo para conseguir el vital liquido, secaron los tinacos con esponjas, sacaron el agua de los radiadores de los vehículos, rompieron tuberías para chupar hasta las últimas gotas, y por último, recurrieron a las alcantarillas y las coladeras, a los charcos y a las zanjas.
Al quinto día. La asistencia a los trabajos fue nula, aquello se había, convertido en un problema tan grande, que nadie, se podía dar el lujo de pensar, en otra cosa que no fuese el agua, la ciudad apestaba, el olor que despedían, las casas y las calles era nauseabundo, por todas partes se encontraban desperdicios, excremento, basura, muchas personas empezaron a emigrar a otras partes, en busca del agua, SIEMPRE EN BUSCA DEL AGUA.

La ciudad empezaba a morir rápidamente, se encontraba totalmente paralizada, los caminos obstruidos por cientos de vehículos inservibles, para el séptimo día, la ciudad era solo podredumbre y devastación, el éxodo comenzó a generalizarse.

Y por las carreteras, se veían miles de personas, emigrando a otras ciudades, con la esperanza de encontrar agua. No había luz, ni servicio en los teléfonos, las comunicaciones estaban interrumpidas, por el personal que abandonaba sus puestos no había vida posible, en el noveno día, no quedaba habitante alguno en la ciudad, todos la habían abandonado, la peste lo inundaba todo, el aire era irrespirable, la era del agua, HABIA TERMINADO POR FIN.
Ya no habría más personas que lavaran día tras día, sin necesidad, ni quien se exprimiera los barros frente al espejo, mientras el agua se consumía en el lavabo,
Ya no mas duchas tranquilas de 20 y 30 minutos con agua caliente, mientras casi se dormían en la regadera o en la tina, ya no mas lavadas de trastos con grandes cantidades de agua, ya no mas mangueras abiertas serpenteando sobre la acera, olvidadas, mientras el liquido corre, ya no mas fugas de agua, en las que nadie hace caso, YA NO MAS.

Pasados doce días. Un hombre sudoroso y con la ropa echa girones, se acercó a la ciudad, tras él, una mujer con un niño en brazos, trastabillaban, llevaban los labios partidos por la sed, sus ojos se hundían, los huesos de sus caras sobresalían desmesuradamente, el hombre, primero en llegar, se cubrió la nariz con una mano, el olor daba nauseas, cayó de rodillas a la mitad de la calle, la mujer llegó hasta él sollozando desesperada, no es posible gritó ella aferrándose a los hombros de su esposo, si, contestó el resignado, el agua se ha terminado en todo el mundo para siempre, alcanzó a decir al tiempo, que veían a su pequeño hijo morir deshidratado, en sus brazos. En nuestras manos está el destino del mundo.






Reflexiones de Mariano Osorio

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