La comunidad internacional no sigue el ritmo de la crisis en el Cuerno de África, que está fuera de control. Los países afectados son Somalia, Yibuti, Eritrea y Etiopía, pero se puede ampliar a Kenia y Sudán. Sus habitantes están sufriendo las consecuencias de una catástrofe alimentaria histórica, cuya causa principal es una persistente sequía.
Las Naciones Unidas estiman que el número total de personas afectadas podría aumentar en poco tiempo hasta en un 25 por ciento de la población de estos países, y superar entonces los 15 millones, si no se ejecuta una acción urgente en todos los frentes, como una provisión de alimentos de emergencia, agua y refugio. El hambre y la sequía que está matando a miles de personas diariamente en la zona del Cuerno de África tienen un responsable directo: el calentamiento global. Las emisiones de gases de efecto invernadero de los países ricos, dicen, que provocan estragos en los más vulnerables.
Recientemente, dos artículos publicados en las revistas científicas Nature y Science muestran que estas crisis suceden periódicamente desde hace 20,000 años, pero que los investigadores habían alertado de la situación que se avecinaba.
Tres eran las pruebas que lo refutaban, según estas prestigiosas publicaciones. En primer lugar, se había observado un fenómeno climático similar al de ‘La Niña’, asociado con una disminución de las lluvias en esa zona de África entre octubre y noviembre. A la escasez de lluvias durante los últimos años se sumaba en esta ocasión el elevado precio de los alimentos y, por último, los científicos detectaron una relación entre el calentamiento del océano Índico, por el cambio climático, y la reducción de lluvias en África Oriental.
La frecuencia de las sequías. En esta zona de África han existido desde que las personas tienen memoria, en estos momentos estas sequías tiene otras características. Ahora son cada dos años y más intensas. La diferencia entre estas sequías frente a otras de hace años era que, teniendo sequía en una zona, se podía caminar cien kilómetros hacia el norte o al este y allí encontrar pastos. Las que se producen en la actualidad están provocando que no haya pastos en ningún sitio. Por lo tanto, la frecuencia y severidad de las sequías es mucho mayor de lo que lo eran hace años.
Otra de las razones de la hambruna se basa en que la capacidad de producción de los cultivos está disminuyendo en años sucesivos. Se maneja la misma tecnología con similares insumos; es decir, se están manteniendo constantes el resto de elementos en la producción de la tierra y, sin embargo, está descendiendo el rendimiento.
De algunos productos se esta obteniendo un 20 por ciento menos de lo que se tenía antes. Mientras que el maíz ha reducido su producción un 20 por ciento, las judías lo han hecho en un 50 por ciento. Existe una previsión de futuro por la que, si los cultivos descienden en su rendimiento y las sequías son más severas y frecuentes, significa que efectivamente el cambio climático está afectando a esta parte de África, como en otras zonas del mundo, de una forma muy clara y muy determinada.
Pero, también hay un factor claramente humano relacionado con la falta de inversión en esta zona y la continuada indiferencia por ofrecer posibilidades a la gente que vive allí, tanto agricultores como pastores.
Evidentemente hay condiciones que genera el ser humano. No es casual que las personas fundamentalmente afectadas por esta situación sean las que ya eran más vulnerables antes. Es decir, hay clases en la afectación de la situación de la sequía.
Las consecuencias del cambio climático las ocasionan los más ricos y las pagan los más pobres de la tierra, porque son los que tienen menos capacidad de hacer frente a su entorno cambiante.
La responsabilidad recae sobre los países desarrollados: Hemos sido nosotros durante muchos años los que hemos generado unas emisiones brutales de gases de efecto invernadero. Esto empezó en el siglo XIX con la revolución industrial. Pero no nos dimos cuenta de lo que podía pasar. No fuimos conscientes del cambio que estábamos generando. Pero ahora sí lo somos y, sin embargo, no hay acuerdos globales para pararlo. Las disminuciones de las emisiones de estos gases son paupérrimas y, por tanto, es una responsabilidad directa.
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