Vivimos en un mundo en el que el término de moda es el de la sostenibilidad. El desarrollo debe ser sostenible, la ciudad y la edificación deben ser sostenibles, la movilidad urbana debe ser sostenible, al igual que la gestión medioambiental, entre otros aspectos. Pero sabemos realmente ¿qué es la sostenibilidad?, ¿es posible?, o se trata simplemente de un término felizmente acuñado y totalmente huero.
Según los teóricos del tema, la sostenibilidad o el desarrollo  sostenible es aquel que permite hacer compatible el crecimiento  económico, la cohesión social y la defensa del medio ambiente, de manera  que se pueda proporcionar calidad de vida a los ciudadanos sin  esquilmar los recursos ambientales disponibles. Es decir, aquel que  satisface las necesidades del presente sin comprometer las futuras.  Dando por válida esta definición, la sostenibilidad debería ser una  práctica política común al condicionar el presente y comprometer el  futuro de los ciudadanos. 
 Parece evidente que el transporte urbano introduce fallas en el  sistema, al afectar directamente al equilibrio deseable del mismo. El  transporte urbano es un factor que grava el consumo energético, incide  en la salud de la población (contaminación atmosférica y acústica,  inseguridad vial), y, en cierto sentido, en la equidad social, al  condicionar la accesibilidad a los servicios considerados básicos  (educación, sanidad, ocio, trabajo, abastecimiento, etc.).
Es innegable que los patrones actuales de movilidad en los que el uso  del vehículo privado es predominante tienen un impacto social y  ecológico (se puede medir a través de la denominada huella ecológica)  notable. Por ello, es muy importante tender puentes hacia una movilidad  más racional en la que el vehículo particular sea relegado por otros  modos de transporte menos lesivos, tanto para el medio ambiente como  para la economía en sus diferentes escalas (personal, local, regional,  etcétera), pero que cubran igualmente las necesidades de movilidad de la  población. Estos modos alternativos son el transporte público en sus  diferentes modalidades, los desplazamientos peatonales y la bicicleta.
 La movilidad urbana sostenible no es sólo deseable sino que es  posible y depende, en buena medida, de las actitudes personales de cada  uno de nosotros para hacer frente a nuestras necesidades de  desplazamiento en el marco urbano. Puede parecer una actitud meramente  volitiva, pero los buenos hábitos relativos a la movilidad se pueden  aprender y enseñar, y tienen influencia no sólo a escala local, sino  también global. Sólo es necesario que el mensaje sea interiorizado, sea  asumido como propio, por todos nosotros.
 Si queremos transitar por la senda de la sostenibilidad, la  orientación está trazada. Sólo falta creérnoslo y actuar en  consecuencia.
(Diario Ecología)
 

 
 
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