17 nov 2011

Transgénicos. No gracias

 
El auge que la ingeniería genética y la manipulación de organismos vivos sometidos a esta técnica con la consecuente aparición en el mercado de consumo de los así llamados alimentos transgénicos ha suscitado en la sociedad un debate que está lejos de su resolución. Si bien las posibilidades de la ingeniería genética podrían ayudar considerablemente a la producción de, por ejemplo, biocombustibles lo cierto es que la mayoría de los conocimientos e investigaciones científicas que se producen en este campo están directamente relacionadas con el agro y el vasto espectro que comprende la producción de alimentos a gran escala, la cual en la actualidad está en manos, según numerosos estudios, de solamente 10 grandes multinacionales que controlan casi el 70% del mercado mundial. Tal concentración de poder debería llamarnos la atención  siendo que el tema de que trata es, ni más ni menos, que la alimentación.   

Ya en el año 2000, en EEUU el 25% del maíz y el 52% de la soja que se cultivaba eran transgénicos y para 2006 el 89% de las plantaciones de soja lo eran como así también el 83% del algodón y el 61% del maíz. A juzgar por lo abultado de las cifras y el tiempo que esto lleva sucediendo la sociedad ha cedido ya un importante terreno que nos será, tal vez, difícil de recuperar.    

Respecto de las plantas que se han alterado genéticamente, algunas han sido manipuladas de modo que sus genes contienen un insecticida de los llamados naturales. Las plantas transgénicas que producen proteína Bt, por ejemplo, no necesitan pesticidas. Se ha estimado que los estudios no han sido suficientes a la hora de valorar las consecuencias que eso acarrea en la resistencia que la flora intestinal de nuestro organismo tendría frente a determinadas bacterias. La otra alteración ha consistido en manipular sus genes de manera que estos sean resistentes a los distintos plaguicidas y de lo cual resulta que el uso de sustancias químicas poderosas para combatir las distintas malas hierbas o plagas, no les afecta. En cualquiera de los dos casos no están suficientemente probadas las consecuencias a largo plazo no solamente sobre nuestro organismo sino también en el medio ambiente.  

Además de esto, por otro lado, existen cifras que describen realidades muy claras. Según algunas conclusiones basadas en los datos del Departamento de Agricultura de los EUA publicado en el año 2009, los cultivos transgénicos habían necesitado hasta 2008 un 26% más de pesticidas por hectárea que las variedades convencionales. Es imposible obviar que esto conlleva una consecuencia muy perjudicial para las especies colindantes, incapaces de resistirlos.

Los argumentos a analizar en uno u otro sentido son numerosos. Si bien el análisis detallado de los mismos es de suma utilidad a la hora de la toma de conciencia de los riesgos, existe un argumento que debería llamarnos poderosamente la atención además de los ya conocidos efectos nocivos sobre la biodiversidad, el cambio climático, etc... Las grandes multinacionales han ocultado sistemáticamente, en repetidas ocasiones, los resultados negativos de numersísimos experimentos realizados en animales. Es un hecho que como sociedad debemos y tenemos la responsabilidad de conocer y decidir sobre la producción de nuestros alimentos. Mientras tanto… Transgénicos no, gracias.  
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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